martes, 18 de enero de 2011

Juegos prohibidos de René Clement

Hace un tiempo atrás adquirí el propósito de ver todas las películas que se habían hecho con el Oscar a la mejor película. Desde la tierna “Alas” de 1929 hasta “En el calor de la noche” (1968), la última que he visto (donde por cierto Sidney Poitier hace un magnifico papel), ya han pasado unas cuantas. Las ha habido para todos los gustos, aunque gracias a este habito he descubierto el talento de grandes genios como Billy Wilder (“El apartamento”), o Elia Kazan (“La ley del silencio”). Sin embargo reconozco que la década de los años 60 se me ha atragantado. Ello es debido a la existencia de algunas películas que considero “menores” como “Un hombre para la eternidad”, “Tom Jones”, o incluso “West Side Story”. Considero que estas películas hoy en día pasarían inadvertidas. También es debido a la abundancia de los musicales en esta década, un género que no es santo de mi devoción (salvo honrosas excepciones) y que llego a copar hasta 4 películas de dicho género que se hicieron con la preciada estatuilla en la década de los 60. Por ello hace poco me decante por empezar con la categoría de Oscar a la mejor película de habla no inglesa, cuya categoría empezó en 1947 con “El limpiabotas” de Vittorio de Sica. Pocas han sido las películas que he visto, sin embargo destaca la calidad de todas ellas, quizás con la única excepción de “Monsieur Vincent”. Mucho y bien se puede hablar de la mayoría de ellas, “La strada” (sobre la cual ya hablé aquí), “El limpiabotas” y “Ladrón de bicicletas” son autenticas joyas del neorrealismo italiano, mientras Kurosawa brilla con luz propia en “Rashomon”.
Esta semana llegaba el turno de “Juegos prohibidos” de René Clement, la cual a priorí, me esperaba
que no mantendría el nivel de las anteriormente citadas pero nada más lejos de la realidad. Y más aún cuando se trataba de una película desconocida para mí.
La acción comienza cuando centenares de franceses se dirigen hacia el sur de Francia, huyendo del implacable ataque alemán. Entre ellos se encuentra la joven Paulette, que huye de los bombarderos junto a su familia y su mascota. La familia de Paulette muere durante al ataque, al igual que su perro, por lo que la niña deberá enfrentarse a un futuro incierto y cruel, desde el primer momento de la película. Incapaz de abandonar el cadáver de su perro, se propicia el encuentro entre Paulette y el joven Michel de 11 años, que consigue que la niña sea acogida en la granja en la que vive, junto a su familia.
Se trata sin duda de una película conmovedora, contrapone la brutalidad de la guerra junto a la inocencia de los niños, lo que acentuá el carácter detestable de los conflictos armados.
Supongo que utilizar el rodaje de niños en las películas es jugar a la ruleta rusa, pero en este caso es de justicia reconocer que Paulette (Fossey) y Michel (Poujouly) están soberbios en su papel, dotándoles de una expresividad y una fuerza narrativa que difícilmente podría conseguirse con un actor adulto.
La película tiene un fuerte componente de emotividad y de impacto pero con el notable merito de no caer en la sensiblería fácil, lo que es jugar sobre el alambre pero sin caerse. Los juegos de los niños, son ajenos pero a la vez guardan una fuerte relación sobre el terrible momento que les ha tocado vivir. Incluso tienen cabida algunas gotas de humos negro que no consiguen quitar dramatismo a la película.
La banda sonora aporta un tema de gran lirismo que alcanzo una gran popularidad en la época y la fotografía presenta encuadres rotundos y composiciones de autentica belleza.
Eso sí, hay que reconocer que la película deja un poso de amargura y de mal cuerpo que es difícil de eliminar, quizás el único pero que le encuentro es de índole política. Esta película podría remover conciencias y reabrir heridas que se estarían cerrando con el tiempo, aunque también considero útil el mensaje pacifista y antibelicista de la película. Para que la historia de Michel y Paulette no vuelva a repetirse (o historias similares), ya sea en Europa o en Oriente Medio.